La evaluación es un proceso de recopilación de información sobre lo que un niño puede y no puede hacer todavía para informar sus decisiones de instrucción. Al evaluar a niños pequeños, los resultados más precisos se obtienen cuando la información es recopilada por personas conocidas, en entornos familiares, utilizando objetos familiares y mientras participan en actividades familiares.
La raíz de la palabra evaluación es “assidere”, que significa “sentarse” y, según se aplica a la evaluación de niños pequeños, sentarse al lado y conocer. Sin embargo, con demasiada frecuencia las evaluaciones se llevan a cabo sentando al niño en un lugar desconocido y exponiéndolo a materiales y experiencias desconocidas, en lugar de sentarse a su lado y participar en su juego.
La división entre cómo se debe evaluar a los niños y cómo se les evalúa ha aumentado durante nuestra actual “era de rendición de cuentas”. En este clima, se enfatiza el cumplimiento de los mandatos federales, estatales y locales, y se hace hincapié en los estándares, la eficacia y los resultados. Tal énfasis parece estar en conflicto con las prácticas de evaluación auténticas, donde se destacan los talentos, dones y contribuciones de los niños pequeños y sus familias y la información se recopila en entornos naturales y dentro del contexto de las actividades diarias.
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